Es notable que en La Romareda, territorio escéptico donde los haya, presidiera el partido una sábana santa de plástico con la imagen de la Virgen del Pilar. El monumental escapulario lo descolgó de los balcones el Ligallo Fondo Norte. Venía a mostrar la radical devoción aragonesa por su Señora, pero cualquiera podría agregarle a la escena una interpretación algo más perversa: en su estado, para derrotar al Barça y sus árbitros, el Zaragoza iba a necesitar la mejor versión de sus terrenales defensas, la intercesión de sus divinos delanteros y, si pudiera ser, algo de gasolina sobrenatural. Y no hablamos de la papilla de Escribano, que esa se reparte en los intermedios en el vestuario.
Pese a las apelaciones religiosas y al hervor del barcelonismo cuando terminó el partido del Madrid, el choque en La Romareda se desplegó con nervio más bien contenido, sin magia aparente salvo cuando Xavi ordenaba su habitación y, desde luego, sin dobles fondos. Pero iba a tener trampa, ahora lo sabemos. Cada uno estuvo en su papel, sin disimulos. El Zaragoza adoptó ese perfil cínico de los equipos que se agachan para el contraataque, y el Barcelona aceptó sin apurarse más de la cuenta la propiedad de la pelota. Desde niños sabemos que el que tiene el balón es el que manda, y ese principio persiste en el fútbol profesional. A los seis minutos Oliveira se había escapado por la banda diestra del Barcelona, señalando el camino a los demás. Luego Gabi Milito tiró al suelo a su hermano Diego y después tres zaragocistas encerraron en un callejón a Messi, y le quitaron la pelota como matones de barrio. Así que todas las cartas estaban boca arriba.
El único que había embromado a todos era Jabo Irureta, que se pasó la semana dejado pistas falsas para al final poner a Oliveira. Bajo su apariencia despreocupada, Irureta aún oculta un zorro. Oliveira dedicó la noche a llevar de paseo a Márquez, tirando de él como con un cordel hacia la espalda de Puyol, al que la prestancia física siempre le ha permitido rellenar con argamasa de elogios sus equivocaciones tácticas. Después de que Henry bajara con la mano un pase sedoso de Deco para el 0-1, Oliveira descerrajó la entereza gestual de Márquez en una carrera sobre el mismo lado y lo obligó a tirarlo en el área. Diego Milito, sin embargo, largó el penalti arriba. Diego no podía separarse de Gabi, que le anticipaba todos los regates. Tantos años durmiendo en la misma habitación no puede ser.
En el arranque del segundo tiempo Oliveira buscó al otro lado un pase de Sergio García, futbolista en constante expansión, se escapó de Márquez con una aceleración lumínica y le cruzó a Valdés un pelotazo de rastrón que hizo el empate. Cuando Irureta lo cambió, agotado por la gripe de la semana, la gente lo despidió como a un héroe. En su gol el equipo de Irureta encontró también una palanca de agresividad. El Barça siguió en lo suyo: su ritmo ha bajado de forma muy apreciable y resulta monocorde, sin importar las circunstancias del partido. De ahí salen esos empates a los que se ha hecho tan adepto en los últimos tiempos.
La resolución no tuvo que ver con el juego, la salida de Touré, la de Ronaldinho o la de Bojan. Ni siquiera con la Virgen del Pilar, siempre atenta a las cuitas locales. El partido lo decidió uno de esos ateos del fútbol que visten de corto.
El detalle:
Pitada para Touré Yaya
Touré se llevó una pitada inmensa de La Romareda cuando entró al campo en el minuto 57 de partido, en sustitución de Edmilson. La grada le recordó así la patada que en el encuentro de ida provocó la lesión del zaragocista Francelino Matuzalem, una rotura parcial de ligamentos que lo ha tenido parado hasta hace dos semanas. El brasileño aún no ha reaparecido.El crack
Oliveira: Fue titular y decisivo: provocó un penalti, metió un gol, mareó a Márquez y siempre anticipó peligro.
¡Vaya día!
Messi: Juanfran no le dio sosiego y el argentino no encontró ni balones ni espacios. Estuvo desactivado.
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